Vie19May202300:56
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Autor: Juan Carlos Ronán
Género: Cuento

Gancho

Gancho

GANCHO

Salvo por la nariz, era como el resto de los chicos, y para ser justo, el más bueno de todos. Pero esa nariz era lo más estrafalario de toda la escuela y de todo lo que yo hubiera conocido, sin competencia. Hinchada contra las cejas, como una cadena montañosa se iba afinando en el camino descendente, con un giro a la izquierda cerca del final, que hacía que las fosas nasales se vieran altas y sinuosas, que remataba en una punta/cima con un lunarcito, que si hubiera sido rojo, propiamente era un rubí.  Yo al pibe le tenía bronca, por su nariz, porque alguien así provoca faltarle el respeto, burlarse de él. Es precisamente como lo trataba. Era mi blanco predilecto de cargadas y de bromas, que lo dejaban en ridículo y aumentaban mí popularidad entre los otros pibes. Lo bauticé con innumerables apodos, pero el que tuvo aceptación espontánea y general fue “Gancho”; todos lo llamábamos así, salvo sus padres y las maestras. Estoy seguro que Gancho también me odiaba, pero me ignoraba, me trataba como a uno más, ante las burlas y la mofa solo hacía una media sonrisa, algo así como la Gioconda. Eso me molestaba, me dolía, y me incentivaba a seguir haciéndole maldades, cada vez peores. Pero, él seguía igual.

Ese día, Gancho venía por el estrecho pasillo entre los pupitres, obedeciendo a un mandato dañino, le crucé el pie a modo de zanjadilla; cayó batiendo los brazos como aspas de un molino, con un ruido atronador arrastró a los chicos cercanos, con asientos y útiles, quedando esa parte del aula como si hubiera pasado un tifón.

Con la agilidad de un gato se sentó en el suelo, de su apéndice de elefante salía un hilo de sangre y los ojos le llameaban queriendo salir de las orbitas. Y me lo dijo, me lo gritó con todo el cuerpo y su espíritu y su sombra. Y cada palabra era un mazazo, así me lo dijo. Una sola vez, con la energía de una bomba atómica. De esa forma me lo dijo.

Y ahí fui yo el que se transformó en un huracán, y me arrojé contra él, pegando y pateando con la misión de causarle el mayor daño posible. Y él también puso el mismo entusiasmo en mi contra. Hasta que, como un paracaídas al abrirse, fui tironeado hacia arriba por las manos de la maestra que me arrastraba de donde podía agarrarme, sea guardapolvo, brazos, orejas o pelos. Con la misma energía me remolcó hasta la Dirección; y al ratito también apareció Gancho, pero él vino solo.

Volví de la escuela con la ropa rota y el cuerpo lastimado, pero caminaba con el orgullo de exhibir las huellas que deja el defender la causa más justa. No existía el entorno, ni presté atención cuando crucé las calles, sólo quería llegar a casa.

Un halo de luz pura me envolvía cuando le extendí a mi mamá el cuaderno de comunicados, sin decirle nada, que ella leyera primero la urgente convocatoria para el otro día. Alternando su mirada entre el cuaderno y mi desajada presencia me increpó, Te dije mil veces que no debés pelear en la escuela. Emulando a Don Quijote, transformando mis roturas en medallas, con la frente en alto y solemnemente, conteste Fue por defenderte a vos. A mi vos no tenés que defenderme de nada, yo me defiendo sola, me contestó. Es que me dijo Hijo de Puta, le retruqué develando con orgullo la razón de mi sacrificio. Que te digan lo que te digan, yo ya te dije que no debías pelear. Eso me gritó la desagradecida, mientras me tironeaba la oreja con la mano izquierda y marcaba el ritmo en mi trasero con los palmazos de su otra mano.

Ni lo registré, porque ni el castigo más severo del mundo se podría comparar con mi decepción y el dolor en el alma. El mundo se había parado para mí, se derrumbó todo en lo que creía y me hacía mejor que los demás. Mi momento de gloria, de golpe se transformó en la peor derrota. No solo por la ingratitud de la mujer por la que hubiera dado la vida un rato antes, sino también, porque me habían madrugado, otro usó en mí contra la máxima fórmula para agraviar, y con ello, además de provocarme sufrimientos, me despojó y la anuló para mi uso.

Me sentí vencido, un desterrado sin honor ni ideal por qué ni por quién luchar. Lloré, mucho y sin pausa, durante las largas horas que separaban de la cena. Después, en la cama y con el ánimo reflexivo que da el desvelo, tomé una decisión. Un desagradecimiento tan grave no debía quedar sin castigo, así que, a partir de ese momento, Gancho sería mi mejor amigo. Y me dormí en paz.

3 valoraciones

5 de 5 estrellas
hace 1 año
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hace 1 año
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hace 1 año
Comentario:

Excelente narrativa. Todo un gustazo leer este cuento!

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