Mar16May202309:47
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Autor: samir karimo
Género: Otros géneros

YO, ZOMBIRO

La verdad no sé por dónde empezar… siento una lucha existencial, incluso híbrida en mi ser, se me conoce como Birillo, Biro, o tan simplemente Zombiro…  Yo, zombiro. ¿Cómo definirme?

Hay quien diga que nosotros los zombiros tenemos algo especial en nuestras venas que permite cruzar  portales…según la sabiduría popular somos hijos de Iblis o Satán y hermanos de las Iblisias… Me flipo, me paso, me vuelvo loco…  Las iblisias son las demonias caníbales de Valkiria que con su lujuria nos perversiona y  entretiene groteskamente horrótico….

¿qué es eso de Horrótiko? Simple, horror erótico con dosis de ironía… Yo, zombiro nos desvela el origen y su relación  con aquellas engendras satánicas…. Pero la verdad como les decía mi origen es oscuro, cada rama del árbol histórico nos define a sus anchas, soy hijo de Baital y Lilith, un vampiro del pasado y una zombi del futuro…

A lo largo de mi existencia oculto a veces en un envoltorio humano relato la historia de estas dos especies y sumerjo en varios multiversos retrposuniversales…

Esta es mi esencia, este soy yo, YO, ZOMBIRO…

Y ahora me doy el piro….

PARA QUIEN QUIERA CONOCER MEJOR ESTA HISTORIA U OTRAS PUEDE ENTRAR EN CONTACTO CON ESTE ZOMBIRO O ECHAR UN VISTAZO A SUS OBRAS EN LOS SIGUIENTES ENLACES

yo, zombiro
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chocozombi apocaliptico
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chocozombi português
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Lun15May202322:48
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Autor: Mairo Rangel Lozada
Género: Otros géneros

Mi Pequeño Pueblo

Me preguntaron cómo está mi pueblo. Entonces, esto fue lo que pude responder.
...Como estás lejos con ganas de estar cerca. Y, anhelas saber de tu pequeño pueblo. Te cuento, hoy la tarde se recogió temprano, y la oscuridad se adueñó de la noche. Mi pueblo es verano, pero a veces sorprende con un aguacero de estropicio. Entonces, la lluvia bendita se precipita formando una celosía y una melancolía de ojos aguarapados. El viejo samán está cansado. La calidez de la brisa ya no es la caricia que lo inspirara. El viejo samán está absorto y meditabundo, temeroso de las lloviznas que, ya les son pesadas, lo abaten y lo estremecen. Las hojas del viejo samán intentan abrirse en plena mañana, y se adormilan con una sonrisa exangüe al despedirse el día. La idea de tender mi cuerpo bajo su sombra, recostarlo cariñosamente a su tallo de anillos centenarios, y sorber su luz cenital que, en piruetas intenta avivarse, corre por mi mente a cada instante. La mítica montaña se arropó con un grueso manto de nubes. Seguro, extrañará la luz de la luna rielando su lomo. Hacen días el ave del destino gorjea antes de salir el sol, y los hilos de su hosco sonido aprietan de miedo el corazón. Entonces, con habilidad de cabestrero, amarro la esperanza con todas mis fuerzas al botalón de la vida. Hay una quietud pasmosa en la ciudad, Dios debe estar enojado, y con toda razón. Quizás, cuando vuelvas no encontrarás algunas caritas que dejaste; quizás cuando vuelvas, si es que decides volver, solo tendrás en tus manos viejos recuerdos o, a tus pies, el vacío inmenso del viejo samán. Como estás lejos con ganas de estar cerca, te cuento, Chivacoa está más bella… Por favor, no te la pierdas.
Lun15May202303:47
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Autor: Leonardo Ossa Castaño
Género: Otros géneros

A Mamá

Mamá, hace varios años cuando viajé a Bogotá para realizar estudios aeronáuticos vino a mi mente ese vals de los Visconti llamado “Mama vieja”. ♪♫...y se quedó Mama vieja muy triste en la puerta del rancho♪♬ y ¡claro! me enteré luego de tu tarde de aflicción. Sin embargo, siendo joven y anhelando independencia no advertí ese mismo día tu pesar al despedirme y menos experimenté lejanía aquella tarde, pues justo al ingresar a la casa de mis tíos en la capital, llamaste para averiguar qué había pasado en media hora de vuelo durante mi traslado.
Cuando partí al Chocó pasó lo mismo, tú y Papá me sorprendieron llamando a un número fijo en el pueblo, cosa que para esos días resultaba una osadía insólita.
Me acostumbré a tus llamadas cuando viajé a Urabá, al Nordeste y a otros sitios. Te sentía protectora, cercana, maternal.
Después, los altibajos de la vida, las preocupaciones familiares, las alegrías o tristezas, tus dolencias físicas y otra suerte de quehaceres me hicieron ver la reciprocidad que te adeudaba; fui yo quien desde entonces me comuniqué regularmente para averiguar cómo ibas.
Te llamaba desde un pueblo, del trabajo, de las calles del centro, o al llegar a casa si no te veía descansando junto a la ventana.
Van casi dos años desde que fuí el último en llamarte. Lo hice de viva voz, en voz muy alta para que me miraras, para que me escucharas, para que me respondieras, pero... aunque estabas corporalmente ahí, a mi lado, simulando estar dormida... no respondiste, tu alma ya atendía una invitación suprema al banquete celestial.

Aquel día realizaste tu último viaje, quizás el más secretamente deseado para verte con Papá, tu Jimy... y toda tu parentela. Seguramente ibas feliz cantando:
♪♬ A Lisboa en tren de lujo yo viajaba y a mi lado muy galante un portugués, al momento un gran amor me declaraba, a mayor velocidad que nos llevaba aquel exprés♪♬
Como lo canturreabas en la casa al ir por el corredor hacia la entrada porque algún feligrés tocaba el timbre.

Te embarcaste por el río Nechí en una piragua hasta Cuturú en el bajo Cauca ¿cómo olvidarlo? Papá se estremecía de semejante arrojo. Tenías ansias de explorar, de salir, de conocer, de contar las historias de tus viajes. Luego paseaste por Washington, New York, Miami y otros sitios; ¡Cuánto quisiéramos llevarte a otros más!

Amá, ya que estás en tu periplo sin regreso, te envío hasta allá a la Gloria Eterna: remembranzas del silente abrazo del reencuentro entre nosotros, tras volver a casa cuando estuve ausente.

¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES, MAMÁ!

Mié10May202301:55
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Otros géneros

La cacería

 

Los rayos del sol asomaban por el horizonte y, el joven alumno ponía atención a su maestra. Él sabía que, si quería ser un cazador de vampiros, tenía que escucharla cuidadosamente.

—Escucha bien querido alumno, para que puedas destruir a un vampiro tienes que aprender la regla más importante de todas… Regla número uno: tu alma siempre tiene que estar en paz; con eso quiero decir que, si en tu alma hay rencor, odio, frustración, o cualquier otro sentimiento que no te deje vivir en paz, no puedes matar a un vampiro, ellos sienten tus sentimientos y, si encuentran algo negativo en tu alma, eso los hará más fuertes. Recuerda, la regla número uno es la más importante de todas. ¿Entendiste?

El joven movió la cabeza de manera afirmativa y contestó: —sí señora mía, lo entendí.

—Bien, vamos a entrar al castillo, los vampiros duermen de día y, aunque es muy temprano, nuestro día va a ser largo. No quiero que hagas nada, sólo quiero que observes y aprendas— le dijo la cazadora a su alumno mientras sacaba una estaca y un pesado marro de madera y continuó: —Bien, entremos, y no hagas el más mínimo ruido.

Los dos se dirigieron dentro del castillo, subieron las escaleras y, en la última habitación, la mujer le dijo a su alumno: —Quédate en la puerta y observa cómo se hace.

La mujer se acercó hasta su objetivo y, mientras dormía, colocó cuidadosamente la estaca a la dirección del corazón. Sin dudar, dio un fuerte golpe enterrando la estaca, quitándole la vida al ser que yacía en la cama.

—¡Señora mía! ¿Qué ha hecho? Ese no es un vampiro, ese hombre era su esposo.

—¿Te acuerdas de la regla número uno? Bien, ahora vamos a cazar vampiros.

© Cuauhtémoc Ponce 

Mar09May202307:09
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Autor: Diego Cisneros
Género: Otros géneros

Profanación

El mundo estaba sumido en una oscuridad que olía a pino, a musgo y a frío. De la tierra humedecida por la última tormenta de nieve comenzaban a ascender jirones de niebla, vapores blanquiscos como fantasmas deslizándose por el aire frío y húmedo. En cuanto Björn vio en la lejanía elevarse un resplandor dorado detrás de dos montañas coronadas de blanca nieve, se levantó del viejo tocón de roble en el que estaba sentado y escupió al fuego el amasijo de hojas de Hierba Amarga que estuvo remoliendo toda la noche. 

Björn tenía la lengua adormilada y las encías adormecías por el amargo sabor de la hierba. No obstante, ni una pizca de sueño encima. 

Sus hermanos de armas se sobresaltaron al escuchar el apagado del fuego por el puñado de nieve que lo cubrió. Abrieron los ojos y se frotaron los párpados para ajustar su vista a la penumbra. Descubrieron a Björn parado a un costado de la pira de madera humeante, con su hacha lista en una mano y su escudo presto en la otra. Les clavó una mirada torva, como recriminándoles por seguir recostados y descansando. 

En ese instante, comprendieron que el amanecer ya lo tenían encima y que era preciso comenzar a alistarse para continuar con su misión. Se levantaron con premura y se pusieron a hacer los preparativos necesarios, sintiendo el frío mordiendo sus extremidades y la fatiga del viaje acumulada en sus cuerpos.

Caminaron por cerca de siete horas por terreno agreste y traicionero antes de adentrarse en el corazón del Bosque de los Lamentos. Cada crujido de hojas secas bajo sus pies parecía un grito ahogado de advertencia en el silencio sepulcral del lugar. Y mientras seguían un rastro de ramas rotas, trocitos de tela raída y algunas gotas sangre, a Björn le volvía el recuerdo del día en que lo perdió todo. La imagen del pueblo destruido se aferraba a su mente como una garra afilada, torturándolo con cada paso que daba en aquel bosque siniestro. Fue como si la descarga de electricidad que había sentido en aquel momento hubiera dejado un residuo permanente en su alma, haciéndolo sentir como si estuviera arrastrando una carga pesada que no podía soltar. 

Björn despegó los labios, pero no logró articular palabra. No concebía, no entendía, como es que lo que veían sus ojos podía ser siquiera remotamente posible. Decenas de cuerpos desperdigados por el suelo, tanto como de seres humanos como de animales domésticos, todos yacian tendidos inertes, sobre la tierra, en un charco seco hecho con su propia sangre debajo de ellos. A lo lejos, se distinguían casas forzadas y saqueadas y algunas más quemadas. 

Una punzada de miedo le atravesó el corazón. No supo en qué momento comenzó a correr en dirección a su cabaña ni en qué momento entró en ella. Lo que sí supo, pero que en ningún momento le prestó atención, fue que todos los tesoros que llevaba en hombros se le deslizaron de las manos y se desperdigaron por todo el piso de madera al caer, golpeando y rodando por todas partes como una lluvia de monedas tintineantes. En las paredes de la cabaña, que alguna vez fue su amado hogar, se encontraban marcas de enormes garras y escandalosas salpicaduras de sangre que parecían gritar su tragedia. Sus muebles, así como la ropa de su familia se hallaban desperdigados por doquier, desgarrados y empapados de sangre como las heridas abiertas de un cuerpo torturado. 

Björn caminó unos pasos vacilantes, su boca seca y su corazón retumbando como un tambor. Fue entonces cuando lo vio: detrás de la cama familiar volcada, el cuerpecito de su pequeña Astrid yacía inmóvil, pálido como la nieve y con los ojos llenos de terror que parecían mirar hacia el vacío. Björn se arrodilló con un gemido ahogado y tembloroso, llevando el cuerpo de su hija al pecho mientras se negaba a sí mismo, en lágrimas de dolor e impotencia, la cruenta realidad.

  —¡Por aquí! ¡He encontrado algo!

El eco del grito del explorador se desvaneció en la densa niebla que envolvía el bosque. Björn se sacudió la tristeza de encima y corrió hacia la fuente del ruido. Cada paso que daba era como un latigazo que resonaba en la tierra, marcando su determinación. Y aunque las imágenes desgarradoras de su antiguo poblado en escombros seguían acechándolo en su mente, Björn no permitió que lo detuvieran. Su ira era como un fuego que ardía en su pecho, impulsándolo hacia adelante como el viento a un barco que navega a toda velocidad.

A los pies de una elevación rocosa, entre arbustos congelados y árboles muertos, se escondía una cueva semicubierta por hielo. De la entrada de la caverna pendían largos carámbanos que brillaban con la luz de las antorchas, y en su interior reposaba una negrura insondable que ponía los pelos de punta.

El grupo de guerreros se preparó para adentrarse en la roca, aferrando con fuerza sus armas y encendiendo sus antorchas para iluminar el camino. Al principio, avanzaron por un laberinto de columnas y estalactitas que parecían formar un camino sin fin. El sonido del río subterráneo resonaba cada vez más fuerte a medida que se acercaban a su fuente.

Finalmente, tras atravesar un pasadizo estrecho, el grupo emergió en una enorme cámara de piedra. La formación rocosa era impresionante, con cientos de túneles similares que se extendían a lo lejos. Björn y sus guerreros se detuvieron a contemplar el paisaje y a discutir qué camino seguir.

Fue entonces cuando un grito desgarrador los interrumpió. El alarido preñado de dolor y espanto hizo que el grupo de Björn se pusiera en alerta y se les erizara el cuero cabelludo. El eco del grito se propagó por las paredes de la cámara, dando la sensación de que el lugar estuviera vivo y respirando.

—¿Qué demonios fue eso?

Antes de recibir respuesta, divisaron en un pasaje cercano la tenue presencia de una luz azulada. Björn hizo una señal para que todos se detuvieran y avanzó sigilosamente hacia la entrada, acercándose a la fuente de la luz. A pocos metros de la entrada, echó un vistazo. Lo que vio a continuación fue lo más perturbador que jamás había presenciado. En medio de la cámara, una decena de criaturas semihumanas se congregaban alrededor de llamas azuladas que brotaban del suelo rocoso. Esqueléticas, encorvadas y desnudas, las bestias se daban un festín de carne humana. La escena repugnante hizo que Björn se sintiera asqueado y horrorizado a la vez, mientras los animales gruñían y se arañaban por poseer un brazo a medio comer, y otros, mucho más violentos, desgarraban a dentelladas la carne del hueso de una pierna.

Björn se esforzó por apartar la mirada de la terrible escena que se presentaba ante él. Trató de respirar hondo, pero cada vez le costaba más trabajo. Su aliento se condensaba en nubes de vapor mientras que sus ojos brillaban con un destello de pavor; fijos en un punto invisible. Sus pupilas se contraían y dilataban sin control, dejando entrever el terror que lo invadía.

Finalmente, se recargó sobre una pared de roca en un intento por encontrar un poco de estabilidad. Pero nada parecía ayudarle a escapar de la horrible realidad que estaba presenciando.

Mientras tanto, sus hermanos se acercaron para tratar de entender lo que estaba sucediendo. Uno a uno, dieron un vistazo a la escena y cada vez que lo hacían, regresaban a su lugar con la garganta seca y el rostro pálido, incapaces de comprender por completo lo que habían visto.

El hermano de armas más joven fue el primero en romper el silencio.

—Son demonios. Esas cosas son demonios. —murmuró con voz temblorosa.

Björn apretó los dedos alrededor del mango de su hacha, sintiendo cómo su mandíbula temblaba de la ira que se apoderaba de él. Los recuerdos de la masacre del día anterior volvían en poderosas oleadas de rabia, y él no podía permitir que esas criaturas quedaran impunes. Sin decir una palabra más, soltó un poderoso grito de guerra y se abalanzó contra ellas. Sin decir una palabra más, soltó un poderoso grito de guerra y se abalanzó contra ellas.

Sus hermanos, impulsados por el arrojo de Björn, lo siguieron de cerca. Las armas agitándose en lo alto y los escudos preparados para el combate, dieron inicio a la batalla.

Las criaturas, ante el embate de los invasores, se volvieron enseguida hacia ellos. Sus ojos, antes llenos de negrura, se tornaron rojos, enseñando sus colmillos y sacando las garras en un gesto de desafío.

La batalla se desató con una furia desenfrenada, mientras el aire se llenaba con gritos que desgarraban el alma y gemidos de dolor que retumbaban en los oídos. Gritos y gemidos que se entremezclaban en un coro de caos y sangre.

Los vikingos eran una fuerza imparable, sus habilidades de combate así como su fuerza eran legendarias. Se abalanzaron sobre sus enemigos con una determinación férrea e inquebrantable. Pero las criaturas no eran menos formidables. Se defendían con una rabia y una ferocidad inhumana, usando sus garras y dientes como armas mortales. 

En medio de la carnicería, se podía ver la determinación en los ojos de los combatientes, una resolución incuestionable que los impulsaba a seguir luchando a pesar del dolor y la muerte que los rodeaba. 

La sangre fluía como ríos mientras los cuerpos caían al suelo, pero nadie se detenía, nadie se rendía. Era una por la supervivencia en la que sólo los más fuertes y astutos saldrían victoriosos. 

Al final de la batalla, las bajas fueron devastadoras; se contaban por montones, tanto para los vikingos como para las abominables criaturas. El campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y sangre, haciendo difícil saber quién había ganado la pelea. No obstante, fueron los hermanos de armas de Björn quienes se mantuvieron en pie al final de la brutal lucha. Ensangrentados, heridos y cansados, cayeron de rodillas al piso mientras respiraban con dificultad.

Sí, las pérdidas que habían sufrido eran inmensas y las heridas, profundas, pero la misión había sido cumplida. Finalmente, Björn había pagado su deuda de sangre a esas bestias salvajes, y la amenaza de una posible invasión futura se había extinguido, o al menos eso era lo que querían creer. Pero aún así, incluso en medio de la victoria, un aura de tristeza cubría a los sobrevivientes mientras lamentaban a sus compañeros caídos y los sacrificios que habían hecho para lograr la victoria.

Cuando los últimos tres hermanos decidieron que era hora de abandonar la cueva, un monstruoso rugido de ira resonó desde los cientos de túneles que habían dejado atrás. El rugido se superponía a otro aún más aterrador, y a otro, y a otro más. La cacofonía de sonidos guturales continuó aumentando hasta que los hermanos se dieron cuenta de que de los túneles emergían decenas y decenas de nuevas bestias hambrientas...

Sáb06May202303:30
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Autor: Iván Silvero Salgueiro
Género: Otros géneros

Ideas para retablitos

1.

Gracias virgencita porque al tiempo que me mudé aquí dejó de funcionar el tren. Mi ventana da justo a las vías y en las noches no podía dormir por los cargueros que pasaban.

Ahora ya no voy dormido a trabajar a la empresa de colectivos.

2.

Gracias virgencita por hacerme menudita. A menudo vuelvo borracha a mi casa y me olvido de las llaves, pero puedo entrar por la ventanita del baño y mi marido no se entera.

3.

Gracias Virgencita que nos salvaste la vida en ese accidente a mi marido y a mí y ahora somos más felices. Él perdió las piernas y yo la vista, ahora ya no se escapa más de juerga ni yo sé con quién chatea.

4.

Gracias Virgencita por hacerme una mujer fuerte. Me asaltaron en la calle entre tres y te rogué salir de eso con vida, en eso me acordé de que llevaba un palo en la cartera por las dudas y le rompí la cresta a todos. Al final me llevé el dinero que tenían.

5.

Gracias Virgencita que me salvaste de ese perro que me perseguía y me diste el amor. Yo volvía del trabajo y en el camino a mi casa salió ese perro de qué sé yo dónde y empezó a morderme. Corrí por mi vida y, al dar vuelta la esquina, una mujer me permitió meterme en su zaguán. Hoy es el amor de mi vida.  

Lun01May202320:12
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Autor: Walter Brunini
Género: Otros géneros

La economía del escritor

La economía del escritor

Nosotros, los que hemos decidido incursionar en la escritura, ya sea en novela, cuento, poesía (sobre todo éstos), estamos condenados a la pobreza económica, quizás no la intelectual pero ésta no paga la vida diaria que comprende alimento, salud, educación; nadie acepta un poema a cambio de un kilo de carne, y mucho menos a cambio de un cuaderno o una consulta al médico. Necesitamos tener un trabajo formal, una profesión independiente o al menos que alguien se haga cargo de nosotros; en el primero de los casos, la calidad de escritura se ve considerablemente afectada por la falta de disponibilidad de tiempo para pulir el resultado de lo escrito, nutrirse de cultura para ampliar conocimiento; en el mejor de los casos nos informamos por resúmenes subjetivos, masticados, tragados y vomitados por terceros, que vemos a diario en redes sociales y medios de comunicación, en la vorágine que propone la situación social y económica en la
actualidad. Todo es rápido; instantáneo.

En el caso segundo, donde alguien se hace cargo de nosotros, la denigración a la que se somete el escritor es mucha; agobiante y deprimente. La intelectualidad, requiere tiempo y en tanto la reflexión se considere ocio por el común de la sociedad, seremos vistos como vagos, inútiles, mantenidos y todos los adjetivos repugnantes que le vengan a boca de quien no comprenda la tarea. Sepan que, en su tiempo, se burlaron de Platón… ¿Qué podemos esperar el resto de los mortales?, más en estos tiempos.
Bien sabemos que vivir, en términos económicos, de la literatura es un privilegio para unos pocos; no siempre tiene que ver con talento o suerte; ni siquiera con el esfuerzo de promocionarse, hacer la tarea de escritor, editor, corrector, diseñador, community manager, vendedor… y todo lo que podamos hacer, a fin de posicionar nuestra obra en, al menos, la consideración del público que aún gusta de comprar un libro físico o electrónico; pero ante tanta oferta novedosa es imposible acertar justo con la obra de su vida; en el camino deberá consumir “chasco” tras “chasco” hasta encontrar una obra bien escrita y digna de un pago acorde. ¿Cómo hace el lector para obtener referencia sobre que comprar y que evitar?
Hay quienes ofician de guías de compras, catadores de letras, con paladar refinado para detectar una buena obra y sugerirla a sus seguidores, pero debemos comprender que estos también tienen que vivir y generar ingresos, por lo que la duda sobre las intenciones verdaderas de ofrecer en consideración un libro, quizás está teñida con un interés económico pues el autor o la editorial le ha concedido un pago por su trabajo, lo cual me parece perfecto, pero en términos honorables quizás esta tarea se vea afectada, pues a fin de obtener un dinero puede terminar sugiriendo un chasco.
El trabajo de las editoriales, en otrora épocas, no solo era la de vender libros, sino además GENERAR CULTURA; conducir el pensamiento social hacía una corriente determinada. Usted, lector, me dirá que eso es una trabajo del ministerio de educación de su país, pero créame que previo a que la política se haga cargo de tal ardua tarea, es el trabajo editorial el que inicia el camino en la búsqueda de las corrientes culturales; comenzando por hallar a los autores que proponen tales, y esto conlleva analizar, editar, publicar, posicionar, promocionarlas y por último vender ; cuando el éxito esté generando algún efecto social, será la política la que decida que se promueve o prohíbe a través de los programas de educación ciudadana.
¿Me equivoco mucho si exijo a quienes manejan las editoriales, que no olviden su rol sociocultural? ¿Es una situación real que solo aquel que dispone de dinero merece ser publicado? Al fin de cuenta, con este último criterio, no son más que imprentas de servicio para el público general. Tienes dinero, tienes tu libro.
Esto último es una subestimación del lector, quién no encuentra el norte hacia dónde dirigir su interés hacia el buen contenido, la excelencia parece ser una búsqueda insulsa y terminan refugiándose en los clásicos, lo cual no veo como algo erróneo, pero si un retroceso en el avance intelectual del ser humano; una restricción a la apertura mental que van exigiendo los tiempos, a medida que van abordando sobre la cotidianidad a la que estamos sujetos todos.
Las sociedades se van formando a medida que la cultura las atraviesa y el pensamiento fluye cuando la necesidad de explicación del entorno surge en el ciudadano, por lo tanto es sumamente necesario que aquellos quienes elaboran el pensamiento intelectual, sean considerados con la seriedad merecida. Me resulta una posición falaz la que sostiene que el público, o mejor dicho el mercado, determina que es cultura y que no, porque los criterios difieren en cada ser humano pensante y andante. Es la diversidad una excelente idea conceptual, pero en la práctica se convierte en la nada misma; un desorden aparentemente organizado, que no hace más que generar en las sociedades el desconcierto sobre la verdad y, por consecuencia, todo parece válido y, al mismo tiempo, falso.
¿Podemos imponerles a las editoriales tamaña tarea cuándo el público comprador no se los exige? ¿Quiere el público comprador un norte cultural hacia dónde dirigir sus expectativas?
Realmente me parece un exceso de mi parte imponerles un rol que no están convencidos de ejercer, pero al menos tengan la amabilidad de regular el mercado, obviando publicar material de nulo interés y escaza calidad, que le quita importancia al mercado literario, al inundar los escaparates del portadas llamativas y contenidos paupérrimos.
Pregunto: ¿Acaso leen lo que publican?¿Analizan los manuscritos recibidos vía correo, de los autores? Basta con mencionar que uno no está dispuesto a invertir dinero en la auto-publicación o co-edición, para ser descartado; un sistema perverso por cierto.
Insisto (y me arriesgo en el porcentaje) el 99% de las editoriales funcionan como meras imprentas. Tienes dinero, tienes tu libro.
Deberían considerar el cambiar la mecánica, pues se están autodestruyendo (junto con el mercado editorial), al no generar un prestigio que les asegure la continuidad atemporal dentro de las consideraciones del público, en el cual debe crecer esa fidelidad que solo da la satisfacción en las expectativas cumplidas y la confianza de saber que lo publicado responde a esto último.
Usted, a esta altura del escrito, se preguntará: ¿En que podría esto colaborar con la economía del escritor? Se me ocurre que si dejaran de buscar el dinero de los autores y enfocaran sus esfuerzos en la búsqueda del dinero del comprador, se preocuparían por encontrar calidad literaria, disminuirían la oferta y concentrarían el mercado con autores de calidad y PROFESIONALES, que puedan vivir de la escritura y abocar todo su tiempo y esfuerzo a generar contenido propio de las exigencias del buen lector. De esta manera podría el escritor recobrar la confianza y la estima, lo cual todos sabemos funciona como motor para elevar la calidad a fin de no defraudar las expectativas que se depositan en él.
Menos es más; y ganamos todos.

Si para justificar sus metodología de trabajo, me responden que lo que propongo es el sectarismo y un concepto elitista, donde pocos tendrían la posibilidad de expresarse, conllevando esto una censura previa, les digo que el espacio para nosotros, los autores advenedizos tenemos nuestros espacio en redes sociales y plataformas específicas para tales fines, por lo tanto no deberían preocuparse demasiado por satisfacer el ego que nos caracteriza ni hacerse cargo de nuestra estima; creo que cada uno de nosotros conoce un imprenta en nuestra ciudad donde acudir cuando queremos imprimir nuestro material, a sabiendas de lo que estamos contratando y el verdadero alcance de nuestro emprendimiento, sin expectativas falsas a las que nos sometemos cuando una imprenta disfrazada de editorial, nos asegura, las veces que sea necesarias, el éxito de nuestra obra.
La diferencia entre una editorial y una imprenta disfrazada de editorial, es su compromiso asumido con la cultura de una sociedad.

Saludos y muchas gracias por leer.


PD: cuiden sus ahorros y su tiempo. ¡Abrazo
Vie28Abr202302:24
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Autor: Alberto Franco Ruiz
Género: Otros géneros

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Mar18Abr202302:58
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Otros géneros

La funeraria

La primera vez fue casualidad, y las otras tres veces también. Eso fue hace dieciséis años, un día pasé a las afueras de una funeraria. Adentro, un velorio se llevaba a cabo. No sé cuál fue el motivo que me hizo entrar, tal vez fue que simplemente me llamó la atención el recinto. Así que entré en silencio encontrándome con un rostro conocido. Claudia, la hermana de un amigo de la primaria que velaba a su hermano esa tarde. Me recibió con un abrazo, así que sólo le dije ‹‹Lo siento››, y no entré en detalles de que fue pura casualidad que yo estuviera ahí.  

—¿Qué hacías ahí, Jorge? — me preguntaba un policía tres meses después.

Y es que la cosa no paró ahí. Dos semanas más tarde, pasé por ese mismo lugar, y un grupo de conocidos estaban despidiendo a un padre que fue asesinado en un asalto. —Gracias por venir, hermano— me dijo un antiguo compañero de trabajo. —¿Quién te avisó? — me preguntó. A lo que yo simplemente le dije que las noticias malas son las primeras en llegar. Pero no era cierto, la verdad es que llegué como la primera vez, por pura casualidad.

—¡No me quieras ver la cara de idiota! — Insistía el policía, mientras yo le respondía que investigara lo que quisiera.

Y es que no era para menos. Al mes, pasé por el mismo lugar y esta vez entré a la funeraria por puro morbo, porque era demasiada casualidad, y la funeraria ni siquiera estaba cerca de mi domicilio… Mis sospechas se hicieron realidad: una maestra de la primaria había perdido la vida, un hombre alcoholizado al volante fue el causante de su muerte.

Mi presencia no fue desapercibida, las cámaras de seguridad y los encargados de la funeraria hablaron con la policía.

—Tres muertes, tres diferentes velorios donde nadie se conoce entre sí. Pero tú si los conocías de alguna manera. ¡Qué casualidad que tú estuviste presente en todos! ¿No lo crees, Jorge? ¿No crees que es mucha casualidad?

—Ya le dije que sí. La primera vez fue casualidad, y las otras tres veces también— le contesté, aunque en el fondo, él no podía vincularme a ninguno de esos muertos. Porque todos tenían un sólido culpable. Al final, la policía nunca me hizo nada, sólo me interrogó porque fue muy raro que me apareciera en tres velorios, con gente conocida y de pura casualidad… Ha pasado mucho tiempo de eso, y nunca más volví a entrar a una funeraria.

© Cuauhtémoc Ponce.

*¿Y si les dijera que la historia es real?

Dom16Abr202313:11
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Autor: Diego Cisneros
Género: Otros géneros

Inhumano

Inhumano 

 

En el psiquiátrico, las paredes eran grises como la ceniza y las luces tenues recordaban al alba en una mañana de niebla. Era un lugar que exudaba desesperación, tristeza y dolor en cada rincón.

Cada día, los doctores la alimentaban con pastillas y la sometían a terapia de electroshock, cada día era una batalla, una lucha para sobrevivir en un mundo lleno de sinsentidos. Los medicamentos la hacían sentir como si estuviera flotando en el vacío, desconectada de la realidad. Y las enfermeras a menudo la encerraban en su cuarto a oscuras, amordazada y atada a la cama como castigo por intentar escapar.  

El aullido de las pacientes en la noche era como una sinfonía infernal, y el olor a orina y a excrementos se hallaba impregnado en cada cuarto que había visitado. Elen se sentía atrapada en una pesadilla dentro de otra pesadilla. 

En muchas ocasiones, sus compañeras de habitación gritaban y lloraban toda la noche, como si estuvieran sufriendo las peores torturas. Otros días, todo estaba en silencio, excepto por el sonido sordo de las camas crujientes y las respiraciones forzadas. A veces, cuando tenía suerte, en los paseos semanales por los jardines del psiquiátrico, se encontraba con la mirada de otra paciente, alguien que también había extraviado su cordura. Pero la mayoría del tiempo, estaba sola en su habitación, encerrada en su propia mente.

Elen se sentía atrapada, como si estuviera en una pequeña pero irrompible jaula invisible. Sus pensamientos eran un manojo turbio e informe de ideas contradictorias que se arremolinaban y superponian, como una tormenta furiosa que se acerca en el horizonte, una tormenta que a duras penas era contenida con fuertes fármacos.

Pero había algo peor que el dolor de la soledad y la desesperación que experimentaba todos los días, y eso era la desagradable sensación de estar siendo observada en todo momento, de estar siendo examinada como si fuese un trozo de carne del cual se pueden aprovechar sin represalias.

La sensación de estar bajo el escrutinio constante del personal del psiquiátrico era como si estuviera siendo desollada viva por un cuchillo oxidado y sin filo. Cada mirada, cada palabra, cada gesto era como una caricia cruel y despiadada en su piel desnuda que dejaba tras su paso un rastro pegajoso de incomodidad y desprecio. 

Elen se sentía como una rata en un laberinto, siendo observada por los científicos en su búsqueda de respuestas. Pero en este laberinto, no había salida, no había escape. Sólo había la constante opresión de estar bajo la lupa, siendo analizada y juzgada por aquellos que afirmaban saber lo que era mejor para ella.

La terapia de electroshock era como un rayo que la atravesaba, haciéndola sentir como si estuviera siendo quemada desde adentro. Los doctores le decían que era para su propio bien, que era necesario para "reparar" su mente enferma. Pero ella sabía la verdad: era un castigo por no ser "normal", por no encajar en la sociedad.

A medida que pasaban los días, Elen comenzó a notar una figura oscura que parecía seguir sus pasos. Al principio, pensó que era su imaginación jugándole una mala pasada, pero luego se dio cuenta de que alguien la acechaba.

Era un hombre alto, delgado y bien parecido, un doctor que emanaba confianza y seguridad, pero que acostumbraba soltar una sonrisa siniestra que helaba la sangre cada vez que nadie observaba. 

William se acercaba a ella con frecuencia, tratando de entablar conversación, pero Elen lograba entender que no era por amabilidad o preocupación hacia su salud. Era algo mucho más oscuro, algo que le erizaba los cabellos de la nuca.

El hombre la tocaba sin permiso, sus manos frías y ásperas sobre su piel desnuda. La hacía sentir como si fuera un objeto, algo sin valor, algo que podía ser manoseado y manipulado sin consecuencias. Elen sabía que debía decir algo, debía buscar ayuda, pero se sentía embotada en su propio mundo interno, incapaz de encontrar la fuerza suficiente para enfrentarlo.

Cada vez que el hombre la acariciaba, Elen se sentía sucia y violada. Cada caricia recibida era como un trozo de hierro caliente en la piel, y cada palabra susurrada al oído era como un golpe en su alma ya maltratada. Elen se sentía como una marioneta en manos de un titiritero siniestro, que jugaba con ella a su antojo.

La presencia de William se volvía cada vez más inquietante. La acosaba constantemente, y cada vez que se encontraban, la sensación de miedo y asco que sentía hacia él crecía. No suficiente, Elen se dió cuenta de que algo aún peor se estaba gestando alrededor de ella, algo que no concebia imaginar pero intuía ser atroz.

Un día, mientras estaba sentada en el jardín del psiquiátrico, William se acercó a ella con una sonrisa en su rostro que era incapaz de esconder. Le habló de un procedimiento revolucionario que estaba desarrollando, uno en el que su cerebro podía ser reiniciado, desde cero, pero limpio de cualquier enfermedad mental una vez terminado el tratamiento. Elen se sintió enferma al escuchar esto, pero William continuó hablando, explicándole detalladamente cómo la cirugía podría "curarla".

Sin que Elen lo supiera, William había estado trabajando en un proyecto en secreto, utilizando a pacientes del psiquiátrico como conejillos de indias. Y había estado observando a Elen durante semanas, evaluando si era un candidato adecuado para su experimento.

Elen, sintiéndose cada vez más atrapada y desesperada, se encontró aceptando la oferta de William. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de salir de ese horrendo lugar, incluso someterse a una cirugía experimental. Pero lo que no sabía era que sería la cobaya perfecta para el proyecto de William.

William llevó a cabo la intervención sin contratiempos, y la operación fue todo un éxito. Días después, Elen despertó sintiendo una intensa punzada de dolor en todo el cuerpo. Abrió los ojos e inmediatamente los volvió a cerrar. La luz de la habitación era tan intensa que le escocia las pupilas. Y mientras intentaba comprender que es lo que había pasado con ella, se dió cuenta de que sus pensamientos e ideas ya no se apretujaban y arañaban entre ellas. Ahora, poco a poco, estos iban fluyendo lento y suavemente, sin altibajos, era cómo si estuviese escribiendo sus pensamientos en una hoja en blanco, inmaculada, y en perfectas condiciones, y no en una rota, manchada y arrugada como lo era antes. 

Era un enorme alivio el ya no tener la desesperada necesidad de morderse los dedos y arañarse el rostro. 

Poco después, Elen comenzó a parpadear, intentando acostumbrarse a la luminidad exterior, pero mientras lo hacía se dió cuenta de que no estaba sola. Podía escuchar la presencia de alguien más cerca. Cuando al fin consiguió ver, se notó rodeada de máquinas y monitores que registraban su estado de salud. Intentó hablar, pero su garganta se hayaba obstruida por un tubo. 

Fue entonces que él doctor William se percató de que Elen estaba consiente. Oh, Elen, Elen. Dijo apresurandose a ella. Que maravilla que hayas despertado, que felicidad. Te tomó mas tiempo del que imaginé pero lo conseguiste. No tienes ni idea de lo grandiosa que es esta noticia. ¡Acabamos de hacer Historia, Elen, Historia! William no dejaba de sonreír de oreja a oreja mientras hablaba. No obstante, en ese justo momento, Elen observó, una mujer desnuda en una de las camillas cercanas a ella. Le parecía familiar, pero no lograba identificarla. Su cabeza rapada y la enorme cicatriz que le rodea el craneo no le permitía reconocerla bien.

Cuando al fin cayó en cuenta de quién se trataba un miedo descomunal comenzó a crecer dentro de ella. El horror se hizo aún mayor, cuando por casualidad su mirada se poso en uno de los tantos monitores que tenía alrededor, pues la imagen reflejada en uno de ellos le mostraba el cuerpo rosado y enorme de un cerdo conectado a varios aparatos.

William al darse cuenta de su espanto, trató de tranquilizarla, de explicarle que todo tenía un propósito, que se calmara o podría hacerse daño, pero ella no escuchaba, solo podía pensar en cómo liberarse de esa horrible pesadilla. Trató de luchar y gritar pero sólo conseguía chillar y sus miembros que se sentían torpes e inútiles no ayudaban. Finalmente, después de varios forcejeos, sintió una aguja perforar su piel y una profunda oscuridad en crecimiento.

Cuando Elen volvió a despertar, ya no estaba en la sala de recuperación, sino en una especie de corral, rodeada de barrotes de hierro y otros cerdos. Intentó gritar, pero solo consiguió gruñir. Intento moverse, pero se dió cuenta de que no tenía brazos ni piernas, ningun tipo de extremidad que le ayudase a levantar. Sólo un cuerpo fornido y peludo que difícilmente conseguía arrastrar por el suelo. El shock fue tal que se desmayo al instante. 

Para cuando volvió nuevamente en sí, se vio rodeada de lechones, pequeños y rosados, que se acurrucaban en su vientre para amamantarse.

FIN.

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