Cada vez es más difícil cometer un asesinato, siento que el tiempo va pasando y mis épocas de gloria van quedando atrás. Esos tiempos donde cometía violaciones y asesinatos perfectos… Ahora no, ahora todo cambió gracias a las malditas tecnologías. Hay cámaras de seguridad por todos lados y hasta la casa más humilde, cuenta con esa porquería las 24 horas. Tenía ganas de matar, de hecho, lo necesitaba… Mi último asesinato fue en un callejón al este de New York; y tengo que reconocer que fue un error demasiado riesgoso, ya que toda la ciudad está infestada con ojos electrónicos que, en conjunto con las autoridades, hacen una ecuación fácil de esclarecer: el forense dictamina el tiempo de evolución cadavérica; se forma un perímetro a la redonda del asesinato, se revisan todas las cámaras del cuadrante conforme a la hora que se pudo cometer el crimen, se identifica a la víctima caminando en las cámaras de seguridad y, ¡voila! Los hijos de puta ya tienen una idea de quién estuvo en el lugar, o quién la iba siguiendo, ¡es una mierda! ...
Después intenté cambiar de técnica, mi plan en un principio: fue “pedir aventón” en las carreteras, para ver si alguna mujer se apiadaba de mí y me subiera a su auto. Obvio, no funcionó. Hasta que caí en este pequeño pueblo que, si bien un pueblo no tiene tantas cámaras de seguridad, en estos malditos lugares todos se conocen entre sí. Y cuando ven a un desconocido, todo el mundo se da cuenta.
—¿Tiene familia? ¿Hijos? ¿Desde cuándo vive en las calles? — me preguntó una joven muy atractiva que muy amablemente me invitó a comer a su departamento cuando me vio pasando frío a las afueras de un supermercado.
—Nada, nunca tuve familia ni hijos, soy del norte de Colorado y vivo en las calles desde hace diez años, fui huérfano y crecí en un orfanato— mentí mientras ella me servía un poco de sopa y ella se sentaba al lado mío. Las circunstancias no podían ser mejor, este día tendría la oportunidad de asesinarla. Pero algo no estaba bien, lo supe porque cuando apenas llevaba la mitad de la sopa, mi vista se puso borrosa y no supe más de mí.
— Cada vez es más difícil cometer un asesinato, hay malditas cámaras de vigilancia en todos lados, fue una suerte encontrarte a ti, alguien de la calle, sin nadie que se preocupe por tu ausencia— me dijo la chica cuando desperté: atado en un sótano, mientras se acercaba hacia mí, sonriendo con un cuchillo en la mano.
Cuauhtémoc Ponce.