«La casualidad no es, ni puede ser,
más que la causa ignorada de un efecto desconocido».
Voltaire
Si Chichita no se hubiera plantado frente al espejo desde los dieciséis a buscarse defectos, a inventarlos cuando no los encontraba para convencerse de que no era linda, de que su nariz o los labios carnosos la afeaban, creyendo siempre más las mentiras de su mirada pérfida que la verdad incuestionable reflejada en el cristal; si dos décadas después se hubiera visto tan hermosa como antes de la noche en que Pablo prefirió a Tatiana; si aquella vez no le hubiese pedido a su mejor amiga que la acompañara a la discoteca para no entrar sola y de paso la ayudara a soportar las ansias hasta encontrarse con el muchacho que tanta ilusión le hacía; si no hubiera correspondido con sonrisas pícaras y caídas de ojos a los halagos de los amigos de Pablo, o él no hubiera encontrado en ello la excusa para desviar su atención hacia Tatiana con alardes de galantería, o la férrea resistencia de su amiga, resuelta a no traicionarla, no la hubiese vuelto aun más deseable; si Chichita se hubiera dado cuenta de que Pablo se estaba enamorando hasta el tuétano, o que Tatiana bajó la guardia un instante cuando vio sus ojos y los de ella también brillaron, recíprocos a la pasión fulminante; si hubiera podido perdonarla cuando su amiga se lo imploró mil veces, ahogada en lágrimas, con su dicha eclipsada por la culpa la noche en que Pablo le propuso matrimonio; si Chichita no hubiera malogrado esa amistad y llegado a odiarla tanto; si no hubiera atesorado con avaricia su rencor mientras le crecía dentro la necesidad imperiosa de demostrarse y demostrale a Tatiana y a todo el mundo —en especial a Pablo— que pudo tenerlo si quería, que le hubiese bastado un poco de egoísmo oportuno, una caricia atrevida o cualquier insinuación para que fuera suyo, entonces la historia habría cambiado, y aunque al azar se le antojara que el trágico desenlace fuera el mismo, que todo acabara exactamente como acabó, la verdad de lo que le sucedió a Tatiana sería otra.
Si Pablo no hubiera tenido problemas en el trabajo poco antes de la tragedia impredecible; si no hubiese estado tan esperanzado en el ascenso que le habían prometido y le dieron al sobrino del gerente; si no hubiera deseado tanto sacar a Tatiana de la miseria que los hizo decidir, a su pesar y el de ella no tener hijos; si hubiera podido, como lo tenía planeado, reservar en un buen restaurante, comprarle un vestido lindo y llegar a casa feliz para decirle: «Ahora sí, mi amor; ahora soy un poquito más digno de tenerte; por fin puedo darte más, aunque no sea todo lo que mereces»; si Pablo no se hubiera sentido tan frustrado, tan poca cosa y lleno de vergüenza por no poder corresponder con un poco de alivio, con algo de bienestar el amor inmenso de Tatiana; si no hubiera reaccionado como idiota cuando ella le propuso que, para no gastar, celebraran las bodas de cristal en casa de sus padres; si no hubiera proyectado su enfado en ella de esa forma tan injusta, alzándole la voz tan torpemente, sin querer, sabiendo en todo momento que estaba obrando mal y le bastaría con pedir perdón para que llegaran el beso, las caricias y el abrazo que encendieran como siempre la llama de su amor infinito y acabaran enredados, mezclando sudores y lágrimas, temerosos de que toda su dicha fuera solo un sueño, porque no cabía tanta felicidad en ese mundo aciago, triste, tan lleno de privaciones; si Pablo no se hubiese ido dando un portazo, o no hubiera acabado en el bar donde estaba Chichita en minifalda, exhibiendo sus pechos por el escote excesivo de la blusa; si hubiera sido indiferente, como de costumbre, a las insinuaciones que ella le hacía cada vez que se cruzaban y no se hubiera dejado seducir por pura rabia, solo para humillarla, para someterla sexualmente y desahogar su ira en el ultraje, para penetrarla a lo bruto, sodomizarla como a una perra halando su cabello con odio, embistiendo furioso hasta vaciarse y tirar un billete en la cómoda antes de dejarla sola, llorando desnuda en el piso del motel; si Pablo hubiera sospechado que esa humillación era un premio para Chichita, que para ella ser su esclava sexual significaba tenerlo, aunque fuera solo como el amo cruel que la vejaba para satisfacer sus deseos más depravados; si hubiese imaginado que alardearía con sus amigas y las de Tatiana los más sórdidos detalles de su lujuria; si él hubiera pensado un poco, solo un poco; si no se hubiera sentido tan frustrado y entendiera que la mujer que amaba con toda el alma no merecía eso, que la estaba humillado más a ella que a Chichita, como lo entendió después, cuando Tatiana llegó a casa llorando, tratando de evitarlo, y él insistió en que le hablara creyendo que su malestar se debía a que se negó a celebrar el aniversario en casa de sus padres; si no se hubiera quedado paralizado cuando ella balbució tristísima que eso no le importaba, que sería feliz si festejaran solos en casa, abrazados, leyendo juntos o viendo la tele…, pero sí le dolía mucho que hubiera sido capaz de engañarla, aunque no tanto como le dolieron las burlas de sus amigas y ser la última en enterarse de que le metió los cuernos con Chichita; si Pablo la hubiera abrazado llorando como se lo pidió la culpa, o hubiera caído de rodillas para pedirle perdón en vez de quedarse boquiabierto cuando ella agregó resignada, con un hilo de voz, que lo amaba demasiado para no perdonarlo, «¡pero ahora no, ahora no!», porque necesitaba digerir la decepción y quería salir a caminar, estar sola un rato para recordar las muchas felicidades que se debían y convencerse de que todos tenemos derecho a hacer alguna estupidez de vez en cuando, entonces quizás seguirían juntos y Pablo no se habría entregado a la bebida ni Chichita estaría coleccionando recetas de somníferos.
Si Tatiana no hubiera ido aquella tarde a la reunión con sus amigas, o no se hubiese puesto sus únicos zapatos con tacones porque Andrea, que andaba siempre emperifollada, las forzaba a todas a lucir sus mejores galas para no desentonar; si no la envidiaran por ser feliz con tan poco cuando ellas, que presumían de tenerlo todo, en realidad no tenían nada y se sentían desnudas cada vez que el rostro de Tatiana se iluminaba al nombrar a Pablo, su Pablo, su Todo; si para esas arpías no hubiera sido la pobrecita demasiado buena, blanco predilecto de sus burlas; si sus amigas hubiesen valorado más la fidelidad que la discreción de sus maridos y no comentaran con tanta malicia los chismes de Chichita, cada detalle de cómo Pablo «le hizo de todo» y «sació con ella su hambre atrasada»; si Tatiana hubiera podido contener las lágrimas mientras las oía, menos triste por el desliz de Pablo que por las risas malévolas de esas brujas que la hicieron sentir tan sola entre el gentío del café; si no hubiera vuelto a casa tan avergonzada y nerviosa, o se hubiera quedado callada como se lo había propuesto y esperara a calmarse antes de hablar con Pablo; si no hubiera salido apurada a caminar, sin siquiera cambiarse esos zapatos tan incómodos con tacos de aguja que se le clavaban en los talones, o sus manos temblorosas no hubiesen dejado caer las llaves y demorara en cerrar la puerta los segundos exactos para que, al llegar a la esquina, el semáforo se pusiera en rojo apenas empezó a cruzar la calle; si no se le hubiese trabado el taco en la tapa del desagüe, o lo hubiera arrancado de un tirón en vez de intentar zafarlo con cuidado, para no romperlo, sin percatarse hasta el último instante del autobús que se le venía encima; si no hubiera escuchado el claxon y la frenada demasiado tarde, cuando ya no había nada que hacer, o no se hubiera quedado paralizada de terror, esperando el golpe que la arrancó del zapato y la hizo volar varios metros para estrellarse en el pavimento con la cabeza deshecha, escupiendo sangre, hasta que un peatón horrorizado gritó que estaba muerta, entonces todos sabrían que fue un accidente y no tendrían la certeza de que Tatiana se suicidó.
Si la verdad pudiera saberse, si no fuera solo una ilusión, un invento hecho de creencias que ignoran gran parte de la realidad, tal vez las arpías seguirían reuniéndose los viernes, Pablo no bebería cada noche hasta perder el sentido y Chichita aún odiaría a su antigua amiga, en vez de acumular somníferos esperando el día en que se atreva a tragarlos todos juntos para expiar la culpa que cree tener en el suicidio de Tatiana.