Monotonía.
Y un día despiertas con una extraña sensación. Caminas a la cocina y mientras preparas un café y enciendes un cigarrillo, te percatas de que algo no está marchando. Te acercas a la ventana y ves pasar a la misma gente, haciendo lo mismo, rumbo a sus trabajos o labores domésticas; todo es igual: el camión de la basura, los cabrones del gas haciendo el mismo escándalo de siempre con su música espantosa, los mismos padres de familia dejando a los niños afuera de la escuela estorbando con su auto en doble fila.
Enfocas la mirada hacia ningún punto en particular e intentas hacer memoria de cuándo fue la última vez que tuviste una mañana diferente, un despertar que estuviera fuera de la monotonía…, y lo recuerdas, claro, porque esos momentos se quedan en el cerebro, sólo es cuestión de desempolvarlos. Vives ese pequeño momento otra vez, para después darte cuenta de que ya ha pasado mucho tiempo desde aquel entonces.
Vives en la monotonía, sí, es eso, ¿pero desde cuándo?... “No puedes seguir así”, te dices a ti mismo mientras enciendes otro cigarrillo y te preguntas cómo puedes cambiar la situación.
Y pones de tu parte, te despiertas todas las mañanas intentando ser positivo, receptivo, con una actitud optimista de que uno de esos días podría marcar la diferencia entre los cientos que han transcurrido sin que pase nada desde la última vez que sucedió algo que valiera la pena, o al menos que rompiera la rutina… Y llega la noche, y el resultado no fue diferente al de la noche anterior, o al de la semana pasada, o los meses que transcurrieron.
Te das cuenta de que pasaron los segundos, los minutos, las horas, días, meses que se convirtieron en años y haces el intento por no rendirte; en intentar que la monotonía, las facturas y los problemas del día a día no te engullan hacia una depresión.
Entras al hartazgo, a la resignación y por un momento crees que el inevitable tiempo te está aplastando… Sí, a lo mejor es eso, igual ese es el transcurrir de la vida, sólo que no habías llegado a este tiempo, a este momento; y te das cuenta de que ya no puedes esperar nada de la vida.
Pero no quieres rendirte, así que actúas en la desesperación intentando hacer cualquier cosa, sea buena o mala. Intentando provocar un beso, un golpe, una palabra amable o que te griten en la cara que eres un estúpido o mismo que te muelan a golpes; da igual, cualquiera de las opciones son aceptables con tal de que suceda algo y te saque de la rutina; de la monotonía. Algo que te dé señales de que estás vivo. Pero no pasa nada, aun intentándolo todo.
Tiras la toalla, te entregas al alcohol, a cualquier vicio o mismo a la depresión… Hasta que un día llega el momento que tanto esperabas, en el instante menos esperado pillándote por sorpresa.
“Y viene la parte cómica, porque cuando ya no esperabas nada de la vida, pasa algo, y lo peor de todo, es que en ese momento ya no sabes qué jodidos hacer”
© Cuauhtémoc Ponce.