Dom26Mar202306:00
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Autor: Numerosliterarios .
Género: Cuento

El duelo

El duelo

La gente se arremolinaba en el tanatorio por la muerte de Francisco Pastor, el notario del pueblo.  Todos querían rendirle el último adiós, y es que aquel hombre menudo de grandes entradas y delgado como un palo de fregar, había ayudado a muchos en sus trámites cobrando pequeñas tarifas a los menos pudientes.

De repente se hizo un silencio en el salón. La viuda entraba cabizbaja. Se había retrasado porque había sufrido un desmayo mientras se arreglaba para acudir al velatorio. A medida que avanzaba, la gente se apartaba para librarle el camino hasta el féretro. Don Francisco la esperaba dentro del lujoso cajón de madera de nogal vestido con uno de los trajes a medida que le confeccionaba un sastre de la capital y que también acudió al sepelio para despedir a tan buen cliente.

La señora se acercó pausada. Al llegar, posó la mano derecha sobre el cristal por el que se mostraba el rostro de su marido. En el dedo anular llevaba las dos alianzas.

Varias mujeres suspiraron apenadas al ver el dolor en el rostro de la señora Pastor. Ni siquiera podía llorar, es probable que hubiera tomado algún tipo de ansiolítico pues se la notaba totalmente ida.

Los trabajadores del tanatorio se acercaron para llevar al difundo al crematorio.  Entonces, los menos allegados fueron dando el pésame a los familiares y abandonando el lugar.

El tiempo que duró la espera Doña Pastor la pasó en silencio sentada en una silla alejada del resto y sin levantar la vista perdida del suelo.

Tras varias horas, trajeron la urna. Aunque todos los que quedaban tenían algún vínculo sanguíneo con las cenizas, éstas fueron entregadas a su esposa, que las tomó con el gesto desencajado.

Uno a uno se acercaron a ella para darle la condolencias y despedirse.  Su cuñado y su mujer se quedaron los últimos y le ofrecieron llevarla a casa. Ella se negaba, la casa estaba cerca y necesitaba que le diera el aire pero al salir, vieron que estaba lloviendo con insistencia así que aceptó ir con ellos. Durante el trayecto apenas si hablaron. A su cuñada le preocupó su estado de desánimo y le propuso que pasara la noche con ellos. Doña Pastor agradeció el detalle con una forzada sonrisa. Quería estar sola con él. Sería su última noche a su lado, al día siguiente marchaba a la costa para cumplir el deseo de su marido de descansar eternamente en la cala dónde le gustaba pescar.

Una vez que se despidió de ellos, entró en casa, dejó la urna en la repisa del recibidor y se quitó el abrigo y los zapatos.

Volvió a coger la urna y se dirigió al baño. Dentro, colocó la vasija sobre el mármol que contenía el lavabo. Se miró al espejo y comenzó a desmaquillarse. Después liberó el pelo del estirado moño y lo cepilló con suavidad.

Cuando terminó, abrió un cajón del armario bajo el mármol y sacó unas tijeras. Don Francisco no veía necesario que ella fuera a la peluquería. Allí sólo se hablaba de chismes y tonterías así que ella misma se arreglaba el cabello.

Tomó el bajo de su vestido negro que colgaba hasta los tobillos. Una mujer decente no mostraba las piernas. Comenzó a cortar la tela hasta dejarlo por encima de las rodillas.

Después, cortó las mangas con cuidado para no hacerse daño, las señoras de su edad no debían mostrar los brazos.

Por último, cortó el cuello alto hasta mostrar el comienzo de sus pechos. Los escotes los llevan las mujeres de mala vida.

Se miró al espejo y sonrió. Era su primera sonrisa en años.

Algo pasó por su mente y poseída, se desvistió, arrancándose el sujetador que disimulaba sus grandes pechos y bajándose con premura unas bragas altas color beige.

Se volvió a mirar desnuda y sonrió. Nuevamente, otro impulso la llevo a buscar algo más en el armario. Tomó un paquete de compresas y lo rompió con premura. Un conjunto lencero de fino encaje y rojo vibrante estaba escondido entre las toallitas. Se lo colocó despacio.

Miró en el espejo, el sostén realzaba su pecho, se sentía mujer. Con los dedos recorrió cada moratón de su cuerpo. “Os quiero y vais a curaros” les decía. Cuando terminó se acercó a su reflejo y acarició el magullado ojo que había disimulado con maquillaje. “Eres libre” susurró, “bella, eres libre”

Soltó una carcajada maquiavélica, destapó la urna y la cogió con decisión, la acercó a su pecho rodeándola con un brazo y con el otro levantó la tapa del vater, lanzó las cenizas y tiró de la cisterna.

Se quedó parada observando el oscuro polvo desaparecer en el agua.

 “¿No querías mar? Pues ahí lo tienes. Adiós mal nacido”

La urna terminó en el cubo de la basura.

4 valoraciones

4.8 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Muy buen cuento

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  • Numerosliterarios . hace 1 año
    Gracias Felipe por leer y opinar. Me alegra q lo hayas disfrutado. Saludos!
Cesar Cordoba
Jurado Popular
  • 21
  • 13
hace 1 año
Comentario:
Detrás de un gran hombre... suele esconderse Mr.Hyde.
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  • Numerosliterarios . hace 1 año
    Todos tenemos un Hyde dentro, pero solemos contenerlo. Gracias por leer y comentar. Saludos!
hace 1 año
Comentario:
Buen relato. Me gustó.
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  • Numerosliterarios . hace 1 año
    Gracias Reyma. Saludos.
samir karimo
Jurado Popular
  • 201
  • 27
hace 1 año
Comentario:
Bienvenida, números ya te echábamos de menos.
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  • Numerosliterarios . hace 1 año
    Gracias Samir. Un abrazo!!
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