Sáb20May202300:30
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Autor: Víctor Rodríguez Pérez
Género: Cuento

El sueño revelador

El sueño revelador

Desde muy temprano en la mañana, el ruido proveniente del patio la había despertado. Con aire de fastidio, envuelta en la modorra del domingo, dio media vuelta para mirar a su marido, pero el lado de la cama por donde éste dormía, estaba desierto. Intuyó que el causante de ese ruido que rompía la placidez del inicio del día feriado, era él. Se levantó a regañadientes y abriendo la hoja de la ventana que daba al fondo, observó le escena que se le presentaba. El hombre había abierto las jaulas donde mantenía sus palomas perdices y alzando una por una, las echaba al vuelo a cielo abierto. Cada perdiz con cierta duda o inseguridad, temerosa de que aquella acción no fuera real, se elevaba unos pocos metros para después posarse en el muro separador de la casa contigua, hasta convencerse de que el carcelero las liberaba de una muerte segura, pues, las tenía confinadas allí, mientras decidía cuál iba a servir para su comida diaria. La esposa, alarmada por lo que veía, procedió a salir al encuentro del marido, y le preguntó:

—¿Qué estás haciendo? —A lo que el hombre respondió:

—Estoy liberando a estas aves. Anoche tuve un sueño que me reveló el destino que me podría esperar si sigo con esta práctica.

   —¿De qué estás hablando, hombre? ¿Estás loco o qué? —Inquirió la mujer y el hombre procedió a contarle sus sueños.

   —Soñé que iba por un sendero, atravesando bosques, en busca de las aves. Pero, de pronto, una pesada malla cayó sobre mí y a pesar de luchar con todas mis fuerzas para quitármela de encima, no podía moverla. De inmediato me vi rodeado por una bandada de aves que reían, lo juro, por la acción en la que me habían cazado. Celebraban el hecho de haberme atrapado y luego, entre todas, y entre sus picos me alzaron del suelo y se remontaron hasta la cumbre de una montaña, donde me encerraron en una grieta, con una empalizada, como reja. Procedían a alimentarme, cebándome, engordándome y me vi rechoncho, gordo, robusto, repleto. Aquello era una pesadilla, porque me daban picotazos para probarme, calculando el tiempo que tardaría en estar listo. 

   —¿Listo para qué? —Tronó la mujer.

   —Para comerme, ¿que no está claro?  —Terminó de contarle y siguió en su afán.

   La mujer giró con vehemencia y regresó a la casa, murmurando entre dientes: “¡Se volvió loco! ¡Está chiflado!”. El hombre no le dio importancia a los comentarios de su mujer y siguió liberando a todas las aves atrapadas en sus correrías que de manera constante llevaba por esos montes. Hasta que la última de ellas, cuando hizo el ademán de echarla al vuelo y para su mayor asombro, lo sentenció de esta manera:  

  —Acuérdate que los sueños muchas veces se hacen realidad, aun las pesadillas.

 Y remontó a lo alto, viéndose libre de volar donde quisiera. Desde entonces el hombre no ha vuelto a cazar, y mucho menos, a comer perdices, ni pichones de palomas, ni ninguna otra ave de aquellas que vuelan silvestres y libres por el espacio infinito. Sólo pollos, ya deshuesados, empaquetados y colocados en el refrigerador del supermercado.

2 valoraciones

3.5 de 5 estrellas
hace 1 año
Comentario:

Jajjaja como los niños que no reconocen los animales empaquetados en el súper. 

Saludos

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Cris Morell Burgalat
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hace 1 año
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