Mié24May202311:30
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Autor: Víctor Rodríguez Pérez
Género: Cuento

La primera lucha de una tortuga marina

La primera lucha de una tortuga marina

       RRR... el ruido quedo, apenas perceptible en la quietud de la madrugada, rasgó la neblina estacionaria de aquella playa solitaria. Las olas se habían hecho solidarias con la tranquilidad reinante y contribuían con tenues murmullos a mantenerla. Pero la superficie del cascarón eclosionado del huevo, se agrietaba de manera incesante, produciendo aquel leve sonido que delataba los deseos naturales por querer salir afuera, al mundo circundante, de un inquieto tortuguillo que pugnaba por liberarse de su cómoda burbuja protectora y lanzarse a las tibias arenas tropicales. Era lo natural, después de haber pasado todo el período de incubación en que su madre lo había dejado, había llegado el momento de romper la cáscara y salir.                                                                                    

RRR... terminó por romperlo y atisbando tímidamente, sintió la primera caricia que la brisa silbante, venida allende mar adentro, le brindaba. Escrutó todo a su alrededor y se alegró al ver que no era el único. A todo lo largo de aquella playa, pululaban centenares de ojillos húmedos que también buscaban el mundo marino que se abría como un abanico. Comenzaron su trabajo de superar el promontorio de arena que servía de muro contenedor de las olas más atrevidas. La distancia a cubrir para llegar al mar abierto era considerable, pero ni eso los hizo retroceder y, como si hubiesen oído una orden que flotaba en el eco de los rincones más solitarios de los acantilados, al llegar a la cima, todos se lanzaron en tropel por aquella rampa que los llevaba hasta la orilla. Sus huellas precariamente se marcaban en la capa de los granos finos de las arenas llegadas desde los mares más remotos y ancestrales.                                                                                        

Sin embargo, como señal de que la naturaleza tiene control sobre todos sus integrantes, a lo lejos, el golpetear de alas poderosas y la emisión de graznidos cada vez más nítidos de gaviotas, albatros y pelícanos; sí, en plena madrugada y bajo la luz intermitente de la luna, cuando lograba vencer la cortina de neblina antepuesta,  indicaban que la salida y el avance hacia las aguas profundas de aquel mar abierto, era la única opción que tenían de compaginarse definitivamente, con lo que iba a ser su mundo particular.                                                                                   

El tortuguillo se aferró a su instinto de salvación y luchó desesperadamente por llegar hasta las aguas profundas. Pero una bandada de aves venía en picada, haciendo piruetas en el aire para pasar al ras de la superficie, elevándose con otros de su especie que, junto con el referente, luchaban por superar las olas más altas en su desplazamiento al mar abierto.                                                                                 

Casi todos cayeron, es cierto, perdiéndose así, las esperanzas por adentrarse en la inmensidad del mar y explorar las maravillas que ese mundo marino les deparaba a sus habitantes. Si se integraban, podían viajar por todo el planeta, pasando por diferentes ambientes y conocer miles de criaturas que, como ellos, también habían librado su primera lucha por la vida. Pero tenían que llegar.

Entonces, haciendo el último esfuerzo, y eludiendo con maestría aquel picotazo estiró las membranas plegadas a sus patas y se hundió desesperadamente entre la masa de una ola enorme que acababa de romperse con furia, como si fuese cómplice de esa desesperación. Después no escuchó nada más, dejándose llevar por la corriente submarina que lo succionaba con una fuerza superior. Cuando pudo salir a la superficie, su silueta fue cubierta por una luz blanca que se desprendía de la cara toda redonda de aquella luna que se iba despidiendo en la madrugada marina. Sus ojillos vivaces, ahora, después de toda la hazaña lograda, buscaban con angustia a su alrededor. Pero no encontró ningún otro semejante a sí mismo; entendió entonces que había sido el único que había logrado salir victorioso, en esa primera lucha que todos sostuvieron por la vida. ¡Ah! Se me olvidaba decir que este tortuguillo resultó ser una ejemplar hembra.                                                                                    

Aquella historia me había sido narrada por la joven perteneciente al grupo ecológico que se apostó a la entrada del centro comercial para ofrecer el mensaje, sobre cómo adoptar una tortuga de las que nacían en la zona de desove de su especie, en las costas del oriente del país. Y yo me quedé pensando en todo lo que había que hacer para entusiasmar a los humanos sobre la necesidad de prestar atención a estos hechos de la naturaleza, a fin de brindarles a las otras especies del reino animal, la mínima oportunidad de sobrevivir a los obstáculos que la misma naturaleza anteponía. Porque la lucha inicial que emprenden las tortugas por vencer esos obstáculos para llegar al mar, debe estar entre las más difíciles de todas las que llevan cada una de las especies que conviven en el planeta.                                                                                      

Les comento que, por efecto de aquel cuadro narrado por la joven perteneciente al grupo ecologista, me dejé llevar y me anoté para apadrinar una de aquellas tortugas que lograban salir vencedoras en su primera lucha y en sus propios ambientes. Como pueden deducir, la mía, es la de esta historia. Debe andar por allí, buscando la manera de llegarse a la misma orilla para cumplir, a su vez, con el acto más significativo de la vida: traer otra vida. Estoy seguro de que algunos de sus descendientes, también lograrán vencer en su primera lucha que por su vida sostengan.

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