Como un latigazo el viento azotó mi cara de naipe acompañándose de una llovizna con arrestos de aguacero. Sin embargo
me detuve contra la baranda para suicidios, al borde del río marrón que discurría sin urgencia. Lánguidamente la vista se me perdió en el encrespamiento similar al temblor en la espalda del animal dormido . Esa masa líquida con su ir y venir, fue una invitación difícil de rechazar. Ensoñando, me supe navegando a la deriva. En el horizonte dibujose una línea ¿ de tierra ?, más pronto de lo esperado arribé a la inexplorada costa ya con el raciocinio casi restablecido. Nadie a la vista y un rayar el alba entibiador que inducía al descanso después de travesía semejante. Disfruté del tan diáfano cielo , de la ausencia de gente o máquinas con sus ruidos de progreso a como dé lugar más hedores a obsolescencia. Nada había que depredara la vegetación ni a las arenas inmaculadas
cubriera con derrames de alquitrán o cerebrales.
Mientras tanto ese otro, de pie frente al acuático zigzag, viose impelido a buscar
refugio pues la lluvia, al fin intensa como lo prometido es deuda, le chorreaba por los cabellos, y los zapatos corrían serio riesgo de ahogamiento. Algo fuera de mí caviló: “tal vez sea mi destino fusionarme con aguas de cielo y tierra para que un tsunami, impropio en este sur extremo, me regale un vuelo final a toda orquesta”
Acaso también fuera ese otro, en estado lamentable, que llamó al primer taxi que acertó a pasar por allí, y pagó tarifa de forastero para huir lo más rápido posible del lugar de los hechos.
Pero, me inclino por aquel de la playa solitaria, tendido cuan largo soy, de cara al sol, a la soledad en torno, sin nada más que hacer o recordar. Entregado en cuerpo y alma al devenir.
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Imagen: El Cuizo