Dom19Nov202322:08
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Autor: Víctor Rodríguez Pérez
Género: Cuento

Madre e hijo

Madre e hijo

Nadie podría decir, a ciencia cierta, desde cuándo caminan el uno tras el otro. Tal vez, desde siempre, desde que lo parió, porque el hijo tuvo que acostumbrarse a caminar desde chiquito, desde que le tocara hacerlo según la naturaleza. Esto, para no quedarse muy atrás de la madre. En esas caminatas iban como contando los pasos, como las hormigas que se siguen de cerca, sin atreverse a hacerlo en paralelo. La madre, adelante; el hijo, detrás.

¿De dónde les salió recorrer todo el pueblo día a día? Nadie lo sabe, repito. Pero es que nadie supo tampoco cuándo salían o cuándo se metían por el sendero que los llevaba a la choza donde vivían entre la espesura del monte. La madre era una mujer delgada, casi en los puros huesos. El trabajo no le arrugó la piel, como sí lo hizo el tiempo prolongado que a menudo pasaba sin probar alimento. Lavaba ropa ajena. Lavaba aquel montón de ropa que le daban como trabajo escasamente remunerado y lo hacía a mano, restregando, golpeando cada pieza contra la superficie del lavandero, como si quisiera descargar con ello, toda su frustración y amargura que les había tocado en suerte. Qué misterio, ¿no?

El hijo era igual a la madre, desgarbado, flaco, macilento, ¿y el padre? ¡Vaya usted a saber! Nunca, que se sepa, a nadie se le ocurrió suponer que para haber tenido la madre un hijo, tuvo que haber habido un hombre. No hacía falta, además. Caminaban sin prisa, con aquella parsimonia que solo daba la conformidad de no poder cambiar un destino no buscado. El hijo creció y cuando ya se metía en el mundo de los hombres, nadie se dio cuenta del cambio dado en aquel muchacho. Tal vez la necesidad de conocer los entretelones del juego de envite y azar le enseñaron a conocer los números en las cuentas que les llevaba a los encargados, porque nunca se le vio en la escuela.

Hoy en día, la madre ya no tiene fuerzas para lavar ropa ajena. No, ahora la madre espera al hijo sentada en una acera, hasta que el hijo reúna algunas monedas del trabajo a destajos que lleva en las casas de juegos. Pero cada mañana, la caravana reanuda su marcha, ahora con una variante; quien va adelante es el hijo. La madre, con gran esfuerzo, le sigue los pasos.

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