Los vestigios hablaron.
Tenía que suceder que un día, de las entrañas de la tierra resurgieran los vestigios de una civilización; que brotaran, de valles y desiertos las desmesuradas ruinas de antiquísimas urbes. Monolitos acunados en cimientos de piedra emergieron junto a los muertos arropados por sudarios de cal.
El pasado podía leerse en cada ladrillo, en cada osamenta, en cada sedimento rocoso. La piedra bombardeada les hablaba de guerras. Los cadáveres destrozados les contaron historias de masacres y cada cartucho vacío de pólvora y cada gota de sangre seca narraron la historia de uno, o de varios holocaustos.
Con premura los vivos enterraron los restos. Deseosos de olvidar lo que no querían saber sepultaron bajo tierra y arena los misterios de un pasado impío. Y cubrieron con ceniza la superficie, para que el horror de la muerte cubriera el horror de lo posible.