Mar12Sep202323:24
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Autor: Sujenis Urbina
Género: Microrrelato

A Viva Melodía Tú Voz Me Canta.

A Viva Melodía Tú Voz Me Canta

La nieve caía sin cesar, cubriendo el paisaje de un blanco inmaculado. El frío era intenso, pero no tanto como el vacío que sentía en el pecho.

Lo había perdido, era el único que le daba calor y sentido a mi existencia. Él era mi música, mi melodía, mi canción, mis versos y la llama de la prosa que se fundía en cada linea. Ahora solo quedabamos el silencio y yo.

Caminé sin rumbo. No importaba si vivía o moría, solo quería escapar de mi dolor. De pronto, vi una pequeña cabaña en medio de la nada. Me acerqué con ese botón que enciende la esperanza, quizás allí encontraría...

Entré sin llamar. La cabaña estaba vacía como lo era mi vida ahora, solo una chimenea apagada y una vieja guitarra guardaban en una esquina.
Recuerdo no haber podido tocarla, sólo escuchaba una melodía fúnebre, y el llanto de horrorosas calabazas en mi cabeza, mientras por dentro mi corazón gritaba: ¡maldita sea, llévame, clava tu tridente en mi pecho, arropa mi cuerpo con tu túnica, derrama espinas sobre mis pies, me lo has arrancado, desagraciada!

Me senté junto a la chimenea y encendí el fuego. De repente, las cuerdas vibraron con suavidad, emitiendo una dulce armonía. Cerré mis ojos y me dejé llevar. Entonces, escuché una voz.

Era él cantándome al oído como siempre le soñé. Era su voz viva y clara, llena de fuego y ternura. Era mi canción, la que solo el conocía, la que me unía a él más allá de la muerte.

Abrí los ojos y lo vi. Estaba allí, frente a mi, sonriéndo con dulzura. Era tan real, tan hermoso, y yo... tan suya. Lo abracé con fuerza para sentir una última vez su latido, sellando así mi promesa eterna.

La nieve seguía cayendo fuera, La música nos envolvía, nos protegía, nos elevaba. A viva melodía, su voz, me cantaba.

Carolina Ñañez.
12/09/23.
Venezuela.

Dom10Sep202315:21
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Autor: Sujenis Urbina
Género: Microrrelato

Muy Adentro.

Ella le ama con esa maldita y pura intensidad que solo sienten los locos, esa que le quema el pecho cada vez le imagina llegar, cada vez que le escucha su voz. El galopante sonido de su corazón la estremece y sus ojos iluminan la habitación; tanto, que pareciera habitar una colmena de luciérnagas muy dentro de ella.

Él está lejos, a unos pocos metros de su piel, y no puede ofrecerle más que un fragmento de amor encriptado en el reflejo de un espejo donde ambos en pocos minutos se acarician para dar vida a sus mañanas.

Él le quiere, pero no como ella quisiera. Le gusta, pero más ama hablar con ella. Hacerla reír es prioridad, escucharle hablar de sus sueño, mas no ser parte de ellos es su meta.

Ella sufre en silencio la amargura del destiempo, del sabor del desamor, del gélido calor de su cercanía. Ella sonríe al ver su rostro clavado en las sombras de su almohada, se embriaga con el olor de su perfume, se droga con el placer que deja entre sus sábanas.

Sabe que él no es para ella. Sin embargo, dejar de amarle no está entre sus planes, huir no esta en su mente. Ella no sabe si sucumbir en el torbellino de su desesperante amor. Y si no es ella... Entonces, ¿quien lo sabe?

Él vive ajeno a toda causa, a todo dolor.
Ella le ama muy adentro. Él le quiere muy afuera.

Dom10Sep202303:27
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Autor: Adriana Alegria
Género: Microrrelato

Yo quería ser una Geisha

yo quería ser una geisha, pero nací puta.

quería ser geisha, y así ocultar en el kimono todo lo que no muestro.

pero volqué humanamente en un día de pobreza, la dureza de una puta que dice que no piensa.

y me obligué sobre su piel desnuda,

ofrecerme.

le cobré al que nada le importa.

y, en mi vulnerabilidad

lloré,

porque la puta si siente y piensa.

Dom10Sep202303:18
 
La negrura del cielo intimida. La noche muestra los colmillos de su boca cada vez que escupe sobre la ciudad sus lenguas eléctricas y convierten el aire en plasma.
Pero a Haurer eso no le importaba.
—Nadie oirá tus gritos —pensó.
Caminó unos metros sin importarle que la lluvia grisácea le ensuciara el cabello y bajó por una rampa lateral hasta donde estaba estacionado su Van sobre una calle adoquinada.
La lluvia atenuaba los sonidos y las luces de la calle se deslizaban por la avenida como espectros difusos.
Miró la hora.
—Falta menos —sonrió cínico y respiró profundo.
Tenía todo lo que necesitaba. El cianocrilato, las bandas elásticas, la soga, los guantes y una paciencia infinita.
—Hoy se termina esta historia, Haurer… Mañana el mundo será apenas mejor… Algo es algo. Es mejor que nada —se dijo a sí mismo en voz baja.
Apretó la colilla del cigarrillo entre los dedos pulgar y medio y la disparó como una antigua catapulta. Las cenizas del tabaco formaron un breve arco de chispas en la oscuridad hasta disolverse.
Avanzó lentamente en la penumbra sin hacer ruido y recordó cuando conoció a Fico. Tal vez un mes atrás.
Por casualidad vio su rostro torcido y perverso una noche que fue a comprar a la tienda “El Boricua". Una bandera puertorriqueña adornaba al fondo del local.
Quizá reivindicando el concepto abstracto de un nacionalismo inexistente o vendido por políticos de baja autoestima.
Fue hasta el sector de bebidas, tomó unas latas de cerveza y se dirigió a la caja para pagar…, cuando escuchó un sonido similar a un cachetazo, un jadeo y la siguiente amenaza:
—Abrí el culo maricón… ¿O querés que llame a la migra?
Haurer golpeó las manos con desagrado y vociferó:
—¿¡Hay alguien acá!?
Unos treinta segundos después un joven de unos veinte años apareció súbitamente. Tenía la cara marcada por un golpe y se lo veía consternado.
—¿Cuánto es? —preguntó Hauer.
—Siete con cincuenta, señor.
Pagó con un billete de diez. No dijo nada. No era necesario. Automáticamente supo de qué se trataba el asunto.
Un indocumentado más, explotado. Laboral y sexualmente. Un rehén más.
Haurer salió de la tienda y se sentó a esperar. Eran casi las diez, así que cerrarían en unos minutos.
Las luces se apagaron. Primero salió el joven con pasos apresurados (luego se enteraría de que se llamaba Jesús, y sin entrar en detalles se imaginó semejante herejía).
Y entonces apareció Fico. De rulos entrecanos, piel marrón, un metro setenta y como cien kilos de peso. Unos cincuenta años de edad. Usaba botas para parecer mas alto.
Seguramente estaría casado, con un par de hijas y una esposa redonda y creyente hasta el extremo.
Regresó a la noche siguiente, casi al filo de las diez. Y nuevamente lo atendió el joven Jesús. De rasgos mesoamericanos. Tal vez de origen Maya o Azteca.
Esta vez tenía una nueva marca. Y le contó que su jefe, el boricua, se llamaba Fico.
Luego de estudiar la aburrida rutina del puertorriqueño, decidió lo más simple. Engrasar el metro cuadrado de superficie que lo separa de su auto y tan solo esperar.
Así que lo encontró de espaldas en el suelo y algo mareado. Entregado.
—¿Estás bien Fico? —le preguntó, y algo que no encajaba bien entró en sus ojos de pánico.
La linterna que compró en la Feria de Pulgas de Daytona resultó ser altamente eficaz.
Un segundo de descarga eléctrica alcanzó para diluir la poca conciencia que quedaba de este ser descartable.
Ya inmovilizado, esperó a que despertara.
—Hola Fico…, ¿como estás? —le preguntó.
Fico intentó decir algo pero tenía la lengua pegada al labio.
—¿Querés ir al baño?
Y Fico cabeceó en señal de acuerdo.
—¿Lo primero o lo segundo?
Quiso levantar el índice, pero tenía pegados los dedos de las manos.
—¿Querés mear? —preguntó Hauer.
Y Fico movió la cabeza.
—Entonces meá, hijo de puta —le susurró sonriente —. Si podés.
Mientras, el prepucio se le inflaba como una piñata.
Luego le selló la boca, los oídos, el ano, la nariz…
Solo los ojos le quedaron abiertos.
 
 
César Cordoba
Jue07Sep202318:23
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Autor: Gaizka Azkarate Saez
Género: Microrrelato

Ese lugar

Sentado en el quicio de la puerta, viendo la lluvia caer, apuraba los últimos días de vacaciones, en ese lugar llamado tranquilidad.
Pronto volvería a la rutina de las prisas y el estres, pero con el recuerdo y la ilusión de la vuelta a ese lugar.

Mié06Sep202310:44
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Autor: Federico Ochoa Herrera
Género: Microrrelato

La decisión de morirse

   Y se levantó de la cama, pero no por la fuerza de algún entusiasmo que, a propósito, desde hace varios meses le hacía falta para seguir viviendo, sino por la incomodidad del rayo de luz que se coló por uno de los rotos de la vieja cortina y que justo buscó cobijo en su cara. Entonces se sentó, se miró los pies de uñas largas y descuidadas, se fijó cuánto habían crecido los pelos de sus piernas, y por un momento, consideró si la decisión de morirse ese día, necesitaba algún protocolo de vanidad para que sus restos no sufrieran una última vergüenza, pero torció la boca y se dijo “…de malas”.

 Caminó hasta el baño mientras se quitaba los calzones y una camisilla desgastada que magnificaba su imagen deprimente, se acercó hasta el espejo, se miró en sus hermosos ojos tristes iluminados por una lagaña, detalló sus tetas firmes, que aún se presentaban victoriosas ante la desconsideración del tiempo y la gravedad. Se tocó el vientre y escuchó desde el oído de su ombligo, el eco de una lejana caricia de un amor viejo, en tantan su mano bajaba un poco más, entonces se encontró de frente con un rastrojo tierno de vellos ensortijados, lo acarició por un momento, se llevó aquel olor viscoso a la nariz y sentenció:

  “Lastima que tú, hoy también te tengas que morir”.

  Se sentó en el inodoro y devoró a placer el último cigarrillo que le quedaba, mientras el sonido de un chorro amarillento mojaba la maleza de su entrepierna. Se levantó, aún goteando las mismas sobras de ella, y se bañó.

 Cuando salió de la ducha, ya con todos los pormenores de su decisión claros, se puso un pantalón, una camiseta oscuras para disimular, según ella, el color de sus tripas por si les daba por salirse después de la caída, se miró por última vez en el espejo y se dijo adiós bajo el murmullo de una lagrima que todavía dudaba de aquel acto de autocompasión.

  El plan era simple, llegar al centro comercial, subir hasta la plazoleta de comidas, que quedaba en un tercer piso, y lanzarse ante la mirada de todos los que estuvieran para que jamás olvidaran a la suicida que se sentía invisible ante el mundo.

  Y cuando estaba allí, a punto de hacerlo, su mirada se cruzó con un comensal que disfrutaba de un jugoso filete. Enseguida precisó su postura de rey anónimo, sus hermosas cejas de camionero, su frente de inocente, sus ojos hambrientos, su boca rosada acechante, y empezó a vivir la vida que jamás había vivido con aquel extraño.

  Amó su risa noble, sus manos serviciales, su cuerpo de monte, su sabiduría de pueblo. Amó los hijos que no tenían, pero que se parecían a él, amó la casa donde no vivían, el patio inexistente. Amó su devoción y hasta el carácter con que nunca la trató.

  Y, mientras seguía allí, viviendo su alucinación, el hombre se limpió su boca rosada con una servilleta, se pasó un palillo por la hendidura de sus dientes buscando el resto de la carne que se le había quedado en las encías, se levantó y comenzó a caminar en dirección a ella, y sin poder evitarlo, la miró, la detalló, y cuando estuvo más cerca, le regaló una sonrisa acompañada de un “hola”. Ella regresó del mundo que estaba viviendo y le contestó entre un marasmo de miedo que le hizo olvidar por un momento el porqué estaba allí. Él le volvió a sonreír y le dijo:

  —Señora, que pena, pero tiene abierta la cremallera del pantalón— y siguió de largo.

  CHECHO.

Dom03Sep202309:00
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Autor: Cris Morell Burgalat
Género: Microrrelato

Se ha extraviado una Onda


Con la frecuencia en que el átomo de cesio absorbe energía, es decir, en un segundo, durante la transmisión radiofónica de hoy, se ha perdido una Onda. Con la Onda extraviada ha quedado atrapado un hilillo de Voz y ambos fugados circulan por el espacio aéreo sin dirección concreta, a la deriva.

Se desconoce la causa. Puede haber sido que, durante el transporte de impulsos, se haya empujado a la Onda más de lo necesario, o bien que se haya producido un corto circuito en el flujo de electrones. Pero, en cualquier caso, con el descarrilamiento de dicha Onda, todo se ha paralizado.

El resto de las ondas permanecen contenidas, agolpadas, esperando hallar su eslabón perdido para así lanzarse y restablecer la transmisión. Al igual que los oyentes que se mantienen intrigados ante sus aparatos receptores de radio, a la espera. Atentos, ansiosos, concentrados, por cualquier señal de restablecimiento de la comunicación.

En el momento del suceso el locutor se ha quedado sin aire sus cuerdas vocales han dejado de vibrar. En su garganta, se agolpan y se acumulan miles de palabras. El locutor dueño del hilillo de Voz permanece mudo oteando el horizonte a la espera de que la Onda le devuelva el habla.

Onda y Voz de desplazan por la esfera terrestre, se divierten y bromean afectuosamente por la atmosfera. No pueden reprimirse y emiten señales intermitentes a las antenas: susurros, zumbidos, rumores, silbidos, siseos...

Incluso a veces si atraviesan una gota de agua se oye a la Voz hacer gárgaras. Cuando esto ocurre la esperanza se apodera de los oyentes. Se quedan sin aliento, insaciables, a la espera de la restauración de la secuencia. 

Pero en uno de tales movimientos, la pareja ha ascendido tanto a tanta velocidad que su propio entusiasmo les ha acercado demasiado al sol.  Onda y Voz han quedado atrapadas en una agitación térmica solar y cuando estaban a punto de desaparecer, en un esfuerzo final el hilillo de Voz ha dado el do de pecho restableciendo la conexión entre ondas y sonido. Por fin, se ha recuperado la transmisión y la normal comunicación.

Oyentes y locutor han estallado de júbilo y aliviados, han sido atropellados por sus propias emociones y voces.

*Foto: S.Widua
Lun28Ago202306:03
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Autor: samir karimo
Género: Microrrelato

Airegasmo

Desafortunadamente el ser humano es tonto, no respeta nadie ni nada. Por su culpa el aire está contaminado y lo peor es que todo esto afecta a la Humanidad. Y ya no respiramos como antes.... pero, vamos al grano, hace algunos días un amigo mío me habló de una tienda erótica distinta a las demás, que tenía nuevos números sexuales adaptados a estos tiempos que nos toca vivir. Voy a ser sincero, tengo vergüenza de escribir estas cosas, es que detrás de este escritor está un hombre tímido y nunca había acudido a una tienda de ese tipo. Pero bueno, acepto su invitación, y voy a una habitación privada, y con un chip implantado en mi mirada abro la ventana…  pero lo que pasó después, es que  no hay palabras para describir… vino y empezó a quitar sus prendas, pero eso era lo menos importante, lo mejor venía a continuación…. Se me olvidó decir que nos comunicábamos telepáticamente – menos mal de este mundo robótico-. Entonces  le decía que quitara, en cuanto la quitaba, sentía un airegasmo, es decir poder sentir un orgasmo de aire viendo alguien, en este caso a una muchacha quitándose la mascarilla. ¡qué sensación, sin comentarios!

Airegasmo no es una palabra inventada por un servidor sino que ya existe en los medios informáticos…    

Samir Karimo, todos los derechos reservados

Lun28Ago202300:00
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Autor: Omar La Rosa
Género: Microrrelato

Viento Norte

Mientras Escucho “The Power of Mind” no estoy aquí, desvarío por otros mundos ajenos a este, atados a este.

Mi corazón late con fuerza, mi cabeza da vueltas y el peso de una losa se posa sobre mi alma, empujándome a los más bajos desazones….

El viento norte, que lleva soplando desde la noche anterior, suave, persistentemente y sin pausas, tensa mis nerviosos hasta alcanzar valores que hacen temer un estallido.

Por eso me alejo, me aíslo, nadie tiene la culpa de mi ánimo, solo yo, mis fantasmas y mi alergia que no me perdona el cambio de tiempo.

Y aquí ando, aporreando al teclado de mi computadora, dando vueltas dentro mío como una bestia enjaulada. Y todo por mi culpa.

Esto de vivir en el cuerpo de un humano no es para cualquiera, no señor.

Me lo advirtieron antes de venir.

Pero yo no les hice caso y aquí estoy.

Paciencia.

Sáb26Ago202303:05
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Autor: Cuauhtémoc Ponce
Género: Microrrelato

Sueños

Fue un sueño tan real, como si lo estuviera viviendo en la vida misma. Una noche, un lugar romántico; un trago; un piano en donde él tocaba una hermosa melodía mientras recorría sus dedos por las teclas, imaginando que se deslizaban por su piel… Ella por su parte no dejaba de mirarlo, de admirarlo como se contempla una noche lluviosa, de esas que hacen arrancar suspiros; de esas que te hacen sentir morir de amor y que traen recuerdos…, tal vez anhelos. Fue un sueño de amor perfecto, como pocas veces se tienen en la vida… Él, perdiéndose en su mirada; ella, perdiéndose en sus labios.

“Fue todo un sueño”, se dijo él cuando la lluvia lo despertó y volteó a ver el reloj que marcaba las cuatro de la madrugada.

Al otro lado del país, a la misma hora, una desconocida despertaba sin razón. Pero una melodía quedaría marcada en su memoria, estando segura de que nunca en su vida la había escuchado; mientras la lluvia sonaba de fondo.

© Cuauhtémoc Ponce.

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